El extrañamiento del mundo es un lugar que pensé para darse cuenta de que lo nuevo es inagotable, de que nunca se acaba. Que siempre hay algo más donde pensábamos que habíamos visto bien. Para darse cuenta de que siempre hay cosas de las que podemos darnos cuenta.
Eso es lo que espero que les pase a ustedes al leerlo, que es lo que me pasa a mí. A partir de una canción, de un comentario, de una anécdota, de una lectura o de un simple cambio en el aire me voy, me extraño a un lugar. Un lugar que no se puede explicar sino sólo vivir. Un lugar donde todo es lo mismo pero no es lo mismo, donde se te refunda la percepción. Un lugar donde puede parecer que no hay nada, pero del que yo me traigo algo, que son estas historias.

viernes, 17 de diciembre de 2010

Hoy

Era como un vino que no se sabe si está agrio,
el gris del gris mismo.
¿Los dedos son parte del brazo?
Por ahí.

Un pasillo de blanca penumbra,
y al final una puerta que al abrirse, ciega.
Los saludos, apresurados y confusos.

Un paso afuera, y no estoy seguro de si estoy afuera.
Estoy seguro de estar parado sobre dos torres,
y con la claridad envidiable que te da la altura
me doy cuenta de lo linda que sos.

jueves, 16 de diciembre de 2010

Sí, sí, es eso!

una coincidencia estridente en el desarme de una voz.
los bordes se encastran, aunque un poco a la fuerza
y acercan las figuras como pocas veces ocurre.

claro, una palabra tan común, nunca se me había ocurrido.
"desesperante", dictaminó,
y la aquiescencia se me cayó solita ahí adelante.

jueves, 9 de diciembre de 2010

terror

el terror anida a la vuelta de la esquina,
una esquina que se dobla al sólo dar vueltas sobre mí mismo.

viernes, 3 de diciembre de 2010

1987

Un gran campo negro
un petróleo pulpeando el horizonte
y los ladridos de un perro a lo lejos

un puente por encima de las vías
un olor a campera de veinte años
y el chirrido de una bicicleta

un toldo viejo y oxidado
un aceite negro trepando el muro
un colectivo destartalado ahogándose al doblar

sábado, 20 de noviembre de 2010

Mis razones secretas

El origen de mi paura
la causa de ese brazo sobre la cintura
el motivo de porqué entendí lo que entendí.

la fuente de mi rechazo
el móvil de no darte un abrazo
el fundamento de que no te haya dado nada.

Vos las preguntás.
Yo las hago
o no.

viernes, 12 de noviembre de 2010

Para vos, Russell

Un lánguido 'no' al correr la cabeza
y tantos 'sís' al recostarse que no cuentan para nada

y el valor intermedio,
o un disvalor, o una nebulosa,
o una mancha de aceite en el agua,
o el resultado de un estornudo en el aire,
o la sensación de shock misma,
o simplemente cualquier cosa,
inhallable entre dos polos
tan estúpidamente existentes

tan estúpidamente pensados.

Qué me decís a esta, Russell, viejo de mierda?

lunes, 1 de noviembre de 2010

Payaso de goma

Payaso de goma
qué grande que sos
el infle y desinfle de la ingle
y con la goma me acuerdo
me acuerdo de los buenos momentos juntos

domingo, 31 de octubre de 2010

Los nombres de dios

Me pasaste una lata oxidada y me dijiste un nombre de dios,
esculpido en las líneas que desaparecen tras la curva,
como las pistas de una carrera vistas de costado.
Te raspaste una uña,
esa que siempre te crece despareja,
y me dijiste otro nombre de dios.
Y otro con el brillo encandilador del detergente al lavar los platos,
y uno más al apilar la montaña de papeles sobre tu estómago.
Los nombres de dios, junto con los ojos de dios,
y los sordos estallidos de las burbujitas de aire que reviento con las mismísimas yemas de estos dedos.
Me siento en el fondo del cuarto con las manos detrás de las orejas,
escuchándolo todo en el silencio engañador de la oscuridad,
tragando montones de saliva por la emoción
al ejecutar todos los nombres de dios.

lunes, 18 de octubre de 2010

Amazonas

Una mata de verde bravura me araña la cara.
Dame al salvaje y transportame a la cristalina transparencia. No me dejes parar y dame palabras de aliento. Haceme creer que en cualquier momento me puedo postrar y ponerme a rezar, pidiendo por algo. Rompé las ramas con estruendo sin olvidar desfigurarte. Crujime, crují, crujilos. Llevame a las aguas marrones y salpicame con histeria, con un frenesí tal que si alguien nos mira a la distancia se asuste. Mirame con ojazos de madera y clavámelos a mí. Hermosa te ves a través de la madera.
Una mata verde de bravura.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Cáncer de todo

Es el cáncer de todo de todos. El borbotón de sangre por las orejas, que ensordece las trompetas de los juicios por venir. Las manos y una piel que dejó de merecer su nombre hace tiempo, y un cáncer que devora todo, con una voluntad entregada a su festín.
Los humos lo justifican y la lana doblada para que abrigue más. Una calidez abrumadoramente atrofiada que sólo quiebran los estertores de frío que suben, y bajan, y suben por la espina, tatuando una escarcha, aunque siempre parece haber más humo al exprimir las hojas.
El cáncer de todo es esperanzadoramente inlocalizable. Imposible de encontrar, pero devastando y reconstituyendo todo con su propio tejido negro funda un imperio nuevo y brillante de tentáculos indestructibles, esplendorosos. El imperio de yo.
Al respirar creo que puedo hacer música.

viernes, 17 de septiembre de 2010

Las colinas huecas

Los soplidos del viento a veces parecen el sonido del cuerno de guerra cuando se cuelan por las colinas huecas. A veces es tan auténtico el parecido que nos sobresaltamos tomando nuestras armas, creyendo el vigía nos alerta sobre un enemigo a la distancia. Pero la mayoría de las veces el sonido del viento que se cuela por las colinas huecas no es tan belicosamente provocativo, y más bien se asemeja al aullido de un lobo solitario.
A pesar de que rara vez sufrimos ataques, de otros hombres o de animales salvajes, somos pocos los que nos aventuramos hacia el exterior de las colinas huecas. La mayoría permanece adentro esforzándose con las labores cotidianas de un modo tan arduo que creo que jamás perciben siquiera la llegada de la noche, que es cuando salimos a cazar.
Lo más irresistible de la caza es la agitación de la persecución de la presa y no el momento en el que se la atrapa. La carrera a sudor vivo, la respiración a punto de reventar los pulmones, las piedras que ocasionalmente pueden lastimar la planta de los pies o las espinas que rasguñan las piernas son lo que verdadermante me llevan a salir de las colinas huecas a la noche. Pararme sobre una roca y esperar un movimiento, un vibración de matorrales o una sombra delatora a luz de la luna son el momento previo para el frenesí más absoluto.
Cuando finalmente captura a la presa se desvanece en cuestión de segundos. Y es en esos momentos cuando vuelvo a saber quién soy y me acuerdo de los que quedaron en el interior de las colinas huecas. Es un instante único, en el que la bestia está abandonando mi cuerpo y el recuerdo de los otros lo toma, poniendo piedra sobre piedra, río sobre río, tirando un puñado de tierra negra sobre todo lo que vivo de día dentro de las colinas huecas.
Algo que debería mencionar es que las colinas huecas no están erguidas, sino dadas vueltas, apoyadas sobre su cumbre, volviendo muy difícil moverse cuando se está adentro. Es por eso que construimos niveles y pasajes ascendentes y descendentes en los que cualquiera puede perderse si no los ha recorrido lo suficiente. La ventaja es que hay mucha luz, tal vez demasiada, y es imposible no saber con que va a toparse uno al dar el paso siguiente. Y éste es uno de los misterios más grandes de las colinas huecas: la fuente de toda esa luz. La memoria de nuestros ancestros nos dicen que estaba así desde que llegaron y las habitaron y que nunca nadie pudo rastrear de dónde sale el fulgor. A nosotros ya no nos importa, sino que sólo nos preocupamos por cubrirnos los ojos para poder dormir.

Hoy es día de caza y ya apresté mis armas. La lanza se ve tan clara a la luz que nos rodea y sé que cuando ponga pie afuera se verá tan diferente en la oscuridad que si no fuera porque nunca la suelto pensaría que es otra. El soplido del viento se cuela una vez más y es el inconfundible sonido del cuerno de guerra. Pero ya sabemos que es mentira, y que al salir de las colinas huecas sólo encontraremos nuestras presas.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Esperar a los tártaros


Estoy por terminar El desierto de los tártaros, de Buzzati, un libro que ciertamente no me terminó de convencer. Pero sí tiene una idea, en realidad el núcleo de la historia, que me pareció interesante.
Un soldado se encamina hacia una fortaleza fronteriza que existe de tiempo inmemorial para proteger a la nación de los tártaros, un pueblo de cuya existencia a veces se duda. Pasan los años para el soldado, y con él parte de su juventud, así como la de los otros en el fuerte. El tedio es tan grande que, como buenos militares que son, conciben la guerra como el único golpe capaz de sacarlos de semejante sopor trágico. Pero la guerra parece no llegar nunca, lo que no impide que la sed de gloria crezca cada vez más, aunque no se trate de una sed de gloria agazapada para atacar ni bien tenga la oportunidad, sino de una sed provocada por el desierto que se extiende delante de ellos, que agota y dilata los ojos a la búsqueda de un enemigo que no llega.
Y a partir de esto pensé cómo nuestra juventud es también un fuerte fronterizo. Estamos cerca de un límite, con todas nuestras armas aprestadas para batallar, con la misma sed de gloria para nuestras vidas y con la esperanza de que, si se presenta pelea, vamos a ganar. Pero, ¿y si no? No quiero decir si no ganamos, que por lo menos dejar las cicatrices de la lucha, sino, ¿y si nunca batallamos? ¿Y si nunca se nos presenta la oportunidad de obtener la gloria? ¿Y si nos pasamos años en nuestras fortalezas a la espera de lo mejor y sólo conseguimos que nos sople el viento frío en la cara?
Hay en algún dudoso saber popular la idea de que los miedos que más nos aterrorizan en la vida son cosas como que nos dejen de amar, que perdamos a quien queremos o nuestra propia muerte. Pero creo que, como en muchos casos, el saber popular se equivoca. Creo que el peor miedo que podemos tener en esta vida es quedarnos esperando a los tártaros hasta el final y que nunca lleguen.
Es hora de tomar las armas.

Armonías

Es fácil acomodarse en las armonías apacibles. Son esas de las certezas, o las que por lo menos prometen una con tal de confiar lo suficiente como para olvidarse de porqué dudamos en primer lugar. Las armonías apacibles son las que nos educan, y a las que nos entregamos totalmente desesperados por un mundo que no tiene sentido para que nos arrullen para poder dormir.
Pero también están por ahí las armonías vibrantes, que se manifiestan cuando se nos agrieta algo. Son las de la intranquilidad y el desasosiego, pero no del enloquecedor, sino de aquel que cada vez me parece más necesario, el de la incertidumbre que, desafiando las leyes de la lógica, en su no asertividad dice más que las afirmaciones complacientes.

lunes, 21 de junio de 2010

Dexter: easy to see the dark side is


Si alguien me pidiera que le recomendara algo bueno para ver en tele en este momento le diría sin dudarlo que le eche un vistazo a Dexter. No sólo por la historia y las subhistorias que se abren cada temporada, ni por las actuaciones, geniales por cierto, sino por Dexter mismo, en cuya existencia confieso que he llegado a creer. Porque para mí Dexter no es sólo un personaje. No desde el momento en que lo encontré en mí mismo.
Muchos podrán creer no sin razón que aquí y ahora se va a producir la revelación en la que le digo al mundo que soy un asesino serial o algo por el estilo, pero no, jamás maté a nadie ni experimenté un deseo irreprimible de hacerlo. Se trata de algo más simple. Lo que me fascina sobre Dexter es que es la persona que más honestamente enfrenta su lado oscuro, su dark passenger, como él lo llama. Qué quiero decir te preguntarás.
¿Acaso nunca sentiste ganas de borrar a alguien de un plumazo? ¿Nunca te regodeaste en el mal momento de alguien? ¿Nunca manipulaste? ¿Nunca engañaste? ¿Nunca heriste deliberadamente? ¿Acaso nunca hiciste algo de todo eso y al final sencillamente dijiste "sí, fui yo"?
No es precisamente nuestro costado más agradable, el que nos gusta sacar y mostrar, pero está ahí y somos nosotros. Es una potencia en nuestro interior, que te puede hacer un guiño en cualquier momento, cuando te sentís amenazado o provocado, o inclusive cuando mirás un serie en Internet. Es nuestra inveterada capacidad de causar daño, tan negada y vapuleada, pero nuestra al fin.
¿Ahora entendés de qué te estoy hablando? ¿Te es familiar? ¿No? Bueno, en ese caso deberías conocer a Dexter.

viernes, 14 de mayo de 2010

Vigilia

Ayer a la noche no pude dormir porque no dejaba de pensar en ellos.
No sé cómo puede ser que tomen tanto de mi tiempo cuando no los considero tan importantes. En general son una gran molestia, de la que me quejo constantemente, y siempre me alegro de no verlos más aunque sea por un rato.
En mis ensoñaciones se me ha llegado a ocurrir que es porque me importan en verdad, y que es por eso que no los puedo sacar de mi cabeza. Pero me resisto a admitir que seres tan insignificantes me roben algo de interés. Me parece sencillamente estúpido.
Cuando nos sentamos a la mesa es cuando más los sufro, porque es uno de esos momentos en los cuales me resulta imposible no mirarlos aunque sea por un instante a esas insoportables caras. He intentado mantener la mirada fija en el plato, pero me he dado cuenta de que alejan la comida de mí para forzarme a que se las tenga que pedir. Y en ese "¿podrías...?" tengo que verlos a los ojos, porque de otro modo no se dan por aludidos, y juro que les pegaría un bife por tener que tolerar esas sonrisas y caídas de ojos tan irritantes.
Durante el trabajo la cosa mejora sensiblemente. En ese momento llego a sentir que la convivencia es posible, en especial cuando me demuestran que pueden hacer algo con sus innecesarias existencias, a las por otro lado maldigo cuando cometen errores estúpidos.
Ahora lo estoy viendo preparándose para ir al jardín, haciendo ruido con esos paquetitos que llevan de acá para allá. Se los cuelgan de las orejas y les quedan tan ridículos que hasta me podrían dar ternura, pero enseguida noto el
tamaño de esas cosas que pasan por orejas y me horrorizo. Las proporciones no son precisamente el regalo que les dio la Naturaleza, si es que les dio alguno.
Por fin salieron, y creo que puedo descansar por un rato, pero sus caras, voces, comentarios, risas, grititos, bocas abiertas, manos crispadas, pataleos y llantos, todo, todo eso se me viene encima como una avalancha y me parece que ya no queda espacio para mí en mí mismo porque me han invadido por completo. Intento buscar una salida en el sueño pero es inútil...
Ayer a la noche no pude dormir porque no dejaba de pensar en vos.

miércoles, 10 de febrero de 2010

Intimidad

Cinco tipos tirados semidesnudos en una cama mirando la tele a la tarde. Un calor que todo lo pegotea y el diluvio infernal afuera. La chatura del aire se reconcentra aplastándolos más y más contra el colchón, confundiéndolos como un amasijo de a ratos indiferenciado. Ésta es tu pierna, éste es mi brazo, ¿ésta es tu cara? No, no, la mía, boludo.
¿El pudor? El aburrimiento lo pulverizó hasta perderlo por ahí, dejándoles sudor, olor y eructos. ¿Qué decir de tanta promiscuidad asumida, naturalizada, apenas percibida? De a fogonazos la retacean, sacándole el cuerpo o, más bien, poniéndoselo para que ya no importe nada de nada. ¿Y los He-Mans, los Duravit, los soldaditos de plástico?
¿Eso es porro? La indecible sensación de ser parte.

Intimidad.