El extrañamiento del mundo es un lugar que pensé para darse cuenta de que lo nuevo es inagotable, de que nunca se acaba. Que siempre hay algo más donde pensábamos que habíamos visto bien. Para darse cuenta de que siempre hay cosas de las que podemos darnos cuenta.
Eso es lo que espero que les pase a ustedes al leerlo, que es lo que me pasa a mí. A partir de una canción, de un comentario, de una anécdota, de una lectura o de un simple cambio en el aire me voy, me extraño a un lugar. Un lugar que no se puede explicar sino sólo vivir. Un lugar donde todo es lo mismo pero no es lo mismo, donde se te refunda la percepción. Un lugar donde puede parecer que no hay nada, pero del que yo me traigo algo, que son estas historias.

martes, 29 de diciembre de 2009

La paradoja del dos y el uno

Son dos las partes en las que nos podemos dividir; la del ahora y la del después y el antes, pero dos al fin. Y cuando pasamos a ser el de después dejamos de ser el de ahora, que se convierte en el de antes. Y los dos uno son, así, eternamente irreconciliables.
Sin embargo, hay un momento y un lugar donde las dos partes se unen, y uno es el de ahora, el de antes y el después al mismo tiempo. Pero, dado que uno no puede ser el de antes (ni el de después) porque resulta que es el de ahora, ¿cómo ser uno mismo?
Para ser uno mismo, entonces, se necesita de un espejo. Un espejo cualquiera, en principio, frente al que uno se puede parar y obtener su propio reflejo, descubriendo las marcas del uno anterior en el cuerpo y en los ojos el interrogante sobre el uno que vendrá.
Y si no hay un espejo por ahí, o si todos los espejos se ponen opacos, se vuelve imperativo buscar a otro. Alguien transparente, pero que con la luz que lo atraviesa nos devuelva nuestra imagen y la suya. Alguien que también esté a la búsqueda de su antes, su ahora y su después. Alguien clavado en devenir imparable del tiempo propio. Alguien con quien ser uno mismo.
Y en ese momento la matemática colapsa, las formas se desvanecen y el universo se abisma porque, en un caos infernalmente placentero, dos y dos resultan ser uno.

martes, 8 de diciembre de 2009

Vertumno, Pomona y porqué contamos lo que contamos.



El año pasado leí las Metamorfosis de Ovidio, y entre los montones de historias que se suceden y superponen en esa obra hubo uno que me llamó particularmente la atención (algo que, a propósito, no es difícil que te pase con un texto tan genial). El mito de Vertumno y Pomona me cautivó especialmente, quizás por ser uno de los pocos que, con su final feliz (?), contrasta con la amarga suerte de la mayoría de los personajes de las Metamorfosis.
Pomona es una ninfa que, a pesar de su deslumbrante belleza y, aun más a pesar de todos los pretendientes que ésta le vale, se ha consagrado exclusivamente al cuidado de su jardín. De hecho, prácticamente vive recluida entre sus plantas y árboles, entre los que se le aparecen admiradores que rechaza sin excepción. Sin embargo, hay por ahí un dios muy cabeza dura, Vertumno, que no tiene planeado rendirse. Como sabe que Pomona no se va a dejar seducir tan fácilmente, recurre a un ingenioso ardid. Valiéndose de sus poderes, logra transformarse en una vieja (he aquí una de las metamorfosis) para poder acercarse a su amada sin que se espante. Y desde la deteriorada anatomía de la anciana la concita a entregarle su amor a alguien, porque, como sus plantas, se va a marchitar, y aunque no lo dice, uno piensa que así atenta contra un sagrado ciclo sexual y, por ende, vital.
Entonces, y ésta es la parte que más me gusta, para terminar de convencerla le cuenta una historia. Anaxárete era una bella mortal que, también como Pomona, se complacía en condenar a terribles sufrimientos a todos los hombres que la pretendían. Uno de ellos, Ífis, harto de ser rechazado por la cruel doncella, decide inmolarse en la puerta de su casa, no sin antes echarle una maldición. Al otra día, el cortejo fúnebre pasa justo frente a la casa de Anaxárete, que llevada al borde de la locura por los lamentos que escucha, se vuelve de piedra por mano de una deidad vengadora (segunda metamorfosis) y queda inmortalizada en una estatua. Al terminar de escuchar el relato, Vertumno le revela a Pomona su verdadera identidad y ésta cae rendida en sus brazos.
Cuando leí esta historia no pude sino pensar en todas la historias que armé para conquistar a alguna mujer. En cómo a veces las creaba de la nada, pero cómo otras veces sencillamente distorsionaba un hecho real de un modo tan sutil que terminaba creyendo que había sido realmente así. En cómo al contar una historia me transformaba antes sus ojos, en el mejor de los casos volviéndome más ocurrente, más interesante, más atractivo, pero siempre de algún modo diferente. Y pienso que tal vez justamente esa sea una de las razones por las que contamos historias: para tratar de conjurar las metamorfosis que no podemos encarnar en nosotros mismos sin los poderes que los dioses se llevaron consigo al Olimpo.