El extrañamiento del mundo es un lugar que pensé para darse cuenta de que lo nuevo es inagotable, de que nunca se acaba. Que siempre hay algo más donde pensábamos que habíamos visto bien. Para darse cuenta de que siempre hay cosas de las que podemos darnos cuenta.
Eso es lo que espero que les pase a ustedes al leerlo, que es lo que me pasa a mí. A partir de una canción, de un comentario, de una anécdota, de una lectura o de un simple cambio en el aire me voy, me extraño a un lugar. Un lugar que no se puede explicar sino sólo vivir. Un lugar donde todo es lo mismo pero no es lo mismo, donde se te refunda la percepción. Un lugar donde puede parecer que no hay nada, pero del que yo me traigo algo, que son estas historias.

domingo, 31 de octubre de 2010

Los nombres de dios

Me pasaste una lata oxidada y me dijiste un nombre de dios,
esculpido en las líneas que desaparecen tras la curva,
como las pistas de una carrera vistas de costado.
Te raspaste una uña,
esa que siempre te crece despareja,
y me dijiste otro nombre de dios.
Y otro con el brillo encandilador del detergente al lavar los platos,
y uno más al apilar la montaña de papeles sobre tu estómago.
Los nombres de dios, junto con los ojos de dios,
y los sordos estallidos de las burbujitas de aire que reviento con las mismísimas yemas de estos dedos.
Me siento en el fondo del cuarto con las manos detrás de las orejas,
escuchándolo todo en el silencio engañador de la oscuridad,
tragando montones de saliva por la emoción
al ejecutar todos los nombres de dios.

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