El extrañamiento del mundo es un lugar que pensé para darse cuenta de que lo nuevo es inagotable, de que nunca se acaba. Que siempre hay algo más donde pensábamos que habíamos visto bien. Para darse cuenta de que siempre hay cosas de las que podemos darnos cuenta.
Eso es lo que espero que les pase a ustedes al leerlo, que es lo que me pasa a mí. A partir de una canción, de un comentario, de una anécdota, de una lectura o de un simple cambio en el aire me voy, me extraño a un lugar. Un lugar que no se puede explicar sino sólo vivir. Un lugar donde todo es lo mismo pero no es lo mismo, donde se te refunda la percepción. Un lugar donde puede parecer que no hay nada, pero del que yo me traigo algo, que son estas historias.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Esperar a los tártaros


Estoy por terminar El desierto de los tártaros, de Buzzati, un libro que ciertamente no me terminó de convencer. Pero sí tiene una idea, en realidad el núcleo de la historia, que me pareció interesante.
Un soldado se encamina hacia una fortaleza fronteriza que existe de tiempo inmemorial para proteger a la nación de los tártaros, un pueblo de cuya existencia a veces se duda. Pasan los años para el soldado, y con él parte de su juventud, así como la de los otros en el fuerte. El tedio es tan grande que, como buenos militares que son, conciben la guerra como el único golpe capaz de sacarlos de semejante sopor trágico. Pero la guerra parece no llegar nunca, lo que no impide que la sed de gloria crezca cada vez más, aunque no se trate de una sed de gloria agazapada para atacar ni bien tenga la oportunidad, sino de una sed provocada por el desierto que se extiende delante de ellos, que agota y dilata los ojos a la búsqueda de un enemigo que no llega.
Y a partir de esto pensé cómo nuestra juventud es también un fuerte fronterizo. Estamos cerca de un límite, con todas nuestras armas aprestadas para batallar, con la misma sed de gloria para nuestras vidas y con la esperanza de que, si se presenta pelea, vamos a ganar. Pero, ¿y si no? No quiero decir si no ganamos, que por lo menos dejar las cicatrices de la lucha, sino, ¿y si nunca batallamos? ¿Y si nunca se nos presenta la oportunidad de obtener la gloria? ¿Y si nos pasamos años en nuestras fortalezas a la espera de lo mejor y sólo conseguimos que nos sople el viento frío en la cara?
Hay en algún dudoso saber popular la idea de que los miedos que más nos aterrorizan en la vida son cosas como que nos dejen de amar, que perdamos a quien queremos o nuestra propia muerte. Pero creo que, como en muchos casos, el saber popular se equivoca. Creo que el peor miedo que podemos tener en esta vida es quedarnos esperando a los tártaros hasta el final y que nunca lleguen.
Es hora de tomar las armas.

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