El extrañamiento del mundo es un lugar que pensé para darse cuenta de que lo nuevo es inagotable, de que nunca se acaba. Que siempre hay algo más donde pensábamos que habíamos visto bien. Para darse cuenta de que siempre hay cosas de las que podemos darnos cuenta.
Eso es lo que espero que les pase a ustedes al leerlo, que es lo que me pasa a mí. A partir de una canción, de un comentario, de una anécdota, de una lectura o de un simple cambio en el aire me voy, me extraño a un lugar. Un lugar que no se puede explicar sino sólo vivir. Un lugar donde todo es lo mismo pero no es lo mismo, donde se te refunda la percepción. Un lugar donde puede parecer que no hay nada, pero del que yo me traigo algo, que son estas historias.

martes, 29 de noviembre de 2011

Partes

Me levanté tardísimo. Como a las tres de la tarde, ponele. Sentí el viento que movía el ventilador, por el que me tuve que tapar igual, a pesar del calor sofocante que hizo toda la noche. Tenía la cara tan hinchada de sueño que, si me mirabas rápido, parecía gordo. Yo gordo, ja. Nadie lo creería. Me lavé los dientes, muy en contra de mi costumbre, y prendí la computadora. Enseguida subí la música para tapar los gemidos de mi vecino de abajo, que se está muriendo de a poco y se queja.
Como ya había pasado el mediodía no me pareció correcto almorzar, así que abrí la heladera buscando algo para merendar. Tenía un par de cervezas del fin de semana anterior que no iba a tomar, porque no es lo que se toma para la merienda. Agarré las llaves, la billetera y salí.
Ni bien puse un pie en la vereda me transpiré todo. 'Tengo que cambiar de desodorante,' pensé, y empecé a caminar entre el vaho con los brazos en jarras para no mojarme tanto. Llegué al chino después de dos cuadras de sol calcinante, esas dos cuadras donde es imposible encontrar un sosiego de sombra. 'Uf,' me consolé mientras sentía la gota bajando por la costilla derecha. Del lado derecho es peor. Debe ser porque soy diestro, o algo así me diría alguien que no sabe del tema y a quien no tengo idea de porqué, pero le preguntaría.
Me acerqué a la heladera para agarrar un yogur y sentí que ya tenía una aureola húmeda porque el frío me heló la axila. Un aliciente o un recordatorio del incordio diario.: soy un paria del sudor, un fuera de la ley de la transpiración, un lumpen del chivo, y la china me mira con expresión impertérrita cuando le digo que no voy a llevar bolsa por solamente un yogur.
Salgo del local y siento cómo se me filtra una gota por el elástico del calzoncillo. Mi vecino se estará muriendo, pero yo transpiro como nadie. Se me perlan los costados del cuello y las patillas y si mantengo el brazo flexionado por dos segundos se me humedece el pliegue donde empieza el antebrazo.
Las dos cuadras de vuelta se hacen más pesadas, y si somos como dicen en gran parte agua, un porcentaje enorme de mi ser se estrella contra las baldosas ardientes. Me doy cuenta de que mis partes son como asteriscos oscuros de humedad y me desespera llegar a casa y no ser el mismo porque me perdí en chorros por el camino.
'Qué manera idiota de desvanecer la propia existencia,' reflexiono. 'Diluirme en la vereda de casa un domingo a la tarde,' y al cruzar la puerta veo a mi vecina paralizada en medio del pasillo, deshaciéndose toda por los ojos.

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